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CADA CUAL CON SU PIEL

Como cada año, cuando llega el invierno se recrudece la polémica sobre el uso de pieles. Hasta hace pocos años todo quedaba en meros testimonialismos, pero en los últimos el éxito de las campañas antipiel han alcanzado resultados sorprendentes y han traído como consecuencia la caída de la venta de abrigos de piel y el cierre de numerosas granjas peleteras.

Bastaba con mirar a Europa para adivinar lo que ocurriría más tarde en nuestro país. La razón acaba por imponerse y, por suerte, las nuevas generaciones son más sensibles a estas cuestiones.

Las prendas de piel no son funcionales, no sirven para combatir el frío al faltarles la capa de grasa del animal, que es el verdadera aislante. De hecho dan más calor con la piel por dentro. Tampoco protegen de la lluvia ya que se estropean. Para combatir el frío existen abundantes tejidos naturales y fibras sintéticas, menos voluminosas, poco pesadas y transpirables. De hecho, a ningún esquiador o montañero se le ocurre llevar prendas de piel.

La única razón por la que se utilizan es la estética. Y contra este débil argumento se opone la ética personal y la solidaridad con la naturaleza. El gremio peletero lanza campañas publicitarias defendiendo la libertad de elección de las personas, pero es precisamente ahí donde radica la fuerza de las campañas, en la libre elección tras conocer la crueldad y la agresión a los animales y al medio. Si aún hay alguien que compra abrigos de piel es por falta de información.

Dos son las formas de obtención de las pieles: la caza y la cría intensiva en granjas. La caza se realiza con métodos cruentos como palos y otros no selectivos: cepos, lazos y trampas, donde incluso caen animales protegidos y personas. La muerte se produce tras una larga agonía, desangrándose, por asfixia o bajo la bota del alimañero. Algunos consiguen huir tras arrancarse el miembro atrapado.

Los peleteros, ante el avance de las campañas en contra, han inventado otro recurso publicitario como es la etiqueta "piel de origen controlado" para indicar que se han elaborado con animales procedentes de granjas. Pero no es menos cruel la cría intensiva en granjas. Se trata de una cautividad traumática porque estos animales, por sus características etológicas e instinto, son muy activos y no se adaptan a la estabulación. Precisan correr a diario. Así, por ejemplo, un zorro tiene un territorio de 20 a 50 kilómetros cuadrados, mientras que la jaula mide 0,6 metros. En ellas padecen estrés y esquizofrenia. Se modifica el comportamiento, siendo frecuentes las agresiones que en ocasiones llegan incluso al canibalismo entre ellos.

Las jaulas son espacios reducidos donde el animal escasamente puede darse la vuelta. En la misma jaula vivirá toda la camada. Estos habitáculos son de rejilla por todos sus costados, incluido el suelo, por lo que se deformarán sus membranas plantares. Se les mata con diversos procedimientos como el gaseado con monóxido de carbono, en una agonía que puede durar 30 minutos, descargas eléctricas con electrodos, o desnucados a manos de los operarios. Luego son despellejados y sus cuerpos triturados para servir de alimentación a sus congéneres.

Ante la falta de argumentos se recurre a la descalificación de los defensores de los animales con acusaciones de ignorantes. Pero la realidad es que conforme los ciudadanos tienen mayor grado de información el boicot a este tipo de comercio se incrementa. Y es que los ecologistas no imponemos nuestros criterios, sino que buscamos la modificación de hábitos a través de la concienciación.


María Cortés Viamonte


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